El estudio biomecánico de la marcha o pisada consiste en el análisis del pie en posición estática y dinámica, así como su relación con otras estructuras del cuerpo (como la rodilla, la cadera o la columna). Realizando un correcto estudio de la marcha podemos prevenir la aparición de lesiones musculares y osteoarticulares como los esguinces de repetición, metatarsalgias, fascitis plantares, espolones calcáneos, tendinitis, sobrecargas musculares, condropatías, basculaciones pélvicas, etc.
En otro orden de ideas, la marcha humana es un modo de locomoción bípeda (ambos pies) con actividad alternada de los miembros inferiores, que se caracteriza por una sucesión de doble apoyo y de apoyo unipodal; es decir que durante la marcha el apoyo no deja nunca el suelo, mientras que en la carrera, como en el salto, existen fases aéreas, en las que el cuerpo queda suspendido durante un instante.
Desde una óptica dinámica, la marcha es una sucesión de impulsos y frenados, en los que el motor o el impulso se sitúa a nivel del miembro inferior posterior y el frenado en el anterior. Más que el desarrollo de un reflejo innato, la marcha es una actividad aprendida.
Durante los primeros años de su infancia el niño experimenta con su sistema neuromuscular y esquelético, hasta llegar a integrar esta actividad a nivel involuntario. Hasta los 7 u 8 años no se alcanza la marcha característica que una persona muestra en la edad adulta. Aunque algunas variables dependientes del crecimiento -como la longitud del paso- continúan evolucionando hasta alcanzar los valores típicos del adulto, alrededor de los 15 años. Pese al carácter individual de este proceso, las semejanzas entre sujetos distintos son tales que puede hablarse de un patrón característico de marcha humana normal; patrón que varía con diferentes circunstancias como: el tipo de terreno, la velocidad, la pendiente y, sobre todo, bajo determinadas condiciones patológicas.